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13 de Octubre
Cuando somos niñas, todas las situaciones que suceden en nuestro entorno marcan cómo vamos a ser de adultas y qué cosas vamos a tener que aprender a perdonar. Incluso si tuvimos los papás más amorosos y dedicados del mundo, todos los niños crecemos con heridas psicológicas que debemos cerrar cuando empezamos a llegar a la adultez.
Si quieres aprender cuáles son, cómo influyen en tu comportamiento y cómo superarlas, ¡este artículo es perfecto para ti!
Las heridas de la infancia son una lesión emocional que sufrimos cuando somos pequeños en nuestro entorno más cercano, es decir, son las cosas que nos marcaron cuando éramos niños y que ahora, de adolescentes o adultos, debemos perdonar y sanar para tener una existencia plena.
Todas las personas tenemos heridas de la infancia en mayor o menor medida. Por eso, no tiene sentido culpar a los padres o cuidadores como si ellos nos hubieran herido de gusto. Las personas que están criando un niño hacen lo mejor que pueden con las herramientas que tienen en ese momento, lo que significa que no los podemos juzgar como “malos” cuando estaban dando lo mejor de ellos mismos con lo que tenían disponible para entregarnos.
Según las corrientes psicológicas que explican este modelo de comprensión del ser humano, las heridas de la infancia se pueden clasificar en cinco categorías:
Esta herida se origina cuando los padres o cuidadores tuvieron que dejar solo al niño durante largos periodos de tiempo, ya sea física o emocionalmente. No se limita solamente a los niños literalmente abandonados, sino que también es frecuente en los hijos de los padres con horarios demasiado ocupados y que se dedicaban mucho tiempo a otras cosas por fuera de sus hijos.
Los niños que crecen con esta herida tienen un temor extremo a la soledad y al abandono, por lo que pueden desarrollar lazos súper dependientes con las personas que les demuestran cariño.
También es muy común que estos niños crezcan para convertirse en personas “que abandonan”, es decir, en personas que prefieren huir de las relaciones sanas y felices como mecanismo de defensa para no ser abandonados primero.
Es una de las heridas de la infancia más profundas porque sus consecuencias son las más difíciles de sanar. Se origina cuando los adultos que rodean al niño lo menosprecian, critican o no aceptan.
De adultos, estos niños se convierten en personas que no se sienten merecedoras de amor y que les cuesta muchísimo aceptar las críticas de los demás. Están en constante búsqueda de aprobación y sienten mucho temor cuando alguien los critica, así sea un detalle mínimo y de manera constructiva.
Esta herida de la infancia se origina en niños que son constantemente ridiculizados, humillados y desaprobados. Además, es muy común que también vean su autoestima constantemente vulnerada, por lo que crecen sintiéndose menos capaces y merecedores de amor que todos los demás.
Cuando son adultos, estos niños se convierten en personas que están constantemente tratando de complacer a los otros para demostrarle, a los demás y a sí mismos, que sí merecen atención, amor y buenos tratos.
Como estrategia de defensa, estos niños muchas veces se convierten en personas que se ridiculizan a sí mismos para aliviar el peso de que los demás lo hagan.
Es una herida que se genera en los niños cuyos padres o cuidadores generalmente le prometen cosas que no le cumplen o que directamente le mienten. Son niños que pueden volverse muy desconfiados e inseguros, porque tienen siempre temor de que el otro no esté siendo transparente o sincero con ellos.
Las personas con esta herida de la infancia pueden desarrollar una obsesión por mantener siempre el control de las situaciones para intentar asegurarse de que ninguna persona podrá traicionarlos o mentirles.
Esta herida de la infancia se origina cuando los papás son demasiado estrictos, fríos y autoritarios con sus hijos. Estos niños crecen oyendo que los juicios morales de los demás son definitivos, incluso cuando no tienen sentido para ellos. Los padres o cuidadores de estos niños son unos que siempre están en control y mantienen la disciplina a como dé lugar.
Cuando un niño crece con miedo a la injusticia, se puede convertir en una persona altamente perfeccionista que siempre se siente en la necesidad de tener la razón y el control en todos los temas y en todas las relaciones.
Todas las heridas de la infancia tienen repercusiones en la personalidad de los adultos. Sin embargo, esto no significa que no sea posible ser un adulto feliz y pleno, incluso conociendo sus propias heridas de la infancia.
Además, es muy importante que recuerdes que todas las personas tenemos alguna o algunas de las heridas de la infancia y que todos lidiamos con ellas de la mejor manera que podemos. Es súper relevante que nunca intentes culpar tus defectos o lo que menos te guste de ti en estas heridas, porque a pesar de que fueron situaciones que te sucedieron, es tu responsabilidad hacerte cargo de las consecuencias e intentar sanarlas, siempre entendiendo que no es tu culpa lo que sucedió, pero que sí puedes hacer un trabajo muy bonito de perdón y sanación.
La respuesta que te podemos dar con mayor certeza es: ¡Terapia psicológica! En Nosotras somos conscientes de que es muy importante que todas las personas asistamos con frecuencia al psicólogo.
Uno de los temas que puedes tocar con el especialista es cómo fue tu infancia y cómo creen que eso puede estar condicionando tu presente.
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